domingo, 7 de octubre de 2007

Bálanopuntura invasiva

Javier Miranda-Luque




Relatábame reiteradamente mi abuela que mi padre, a quien mentaban “el chino” (y créanme que lo mentaban con asiduidad enfática), ostentaba unos evidentísmos rasgos asiáticos que yo heredé como único legado. Este par de oscuros ojos rasgados míos, dentro de este inescrutable rostro de tonalidad mostaza francesa, me ha servido para ganarme la vida ejerciendo los oficios más impensables que el vulgo vincula con “cosas chinas o de por allá”. Así he sido cocinero coreano, maestro de artes marciales indonesias, masajista japonés, gimnasta acrobático de continente ignoto, calígrafo pekinés y, ahora, desde hace ya varios años, soy conocido como —así consta en mi tarjeta de presentación y en mi página web— el “Doctor Shang Harvey Oswald Lee: bálanopunturista”.

Esta ocurrencia se la debo directamente al ocio productivo que extraigo de internet. Jugando un partidito de Scrabble en línea, recurrí al diccionario de la RAE y allí encontré esta joyita incunable: “Bálano: parte extrema o cabeza del miembro viril” (aunque también se lee la siguiente acepción subordinada: “crustáceo cirrópodo, sin pedúnculo, que vive fijo sobre las rocas, a veces en gran número”). Y debo decir que yo soy alérgico a pescados, moluscos y afines, así que deseché al cirrópodo malsonante y reflexioné en voz alta, con una tramposa pronunciación bufochinesca, elaborando una regla de tres simple:

—Bálano es a “glande” como negocio “grande” es a équis.

Y entonces decidí inventarme la “bálanopuntura” (terapia natural y ambulatoria donde la haya) e incurrir en su praxis profesional, debidamente certificada por un diploma chapucero manufacturado merced a fríjand, ilustréitor y el fotochopsuey que manejo cual chef de televisión postreromundista.

En aras de la brevedad que escasea en estas fechas de hemorragias discursivas, les sumarizo que, gracias a mi sobredosis diaria de gingseng, pues atiendo por jornada a media docena de damas anorgásmicas que acuden a mi consultorio (ubicado en plena avenida principal de Santa Mónica, diagonal al Crema Paraíso), procurando el desestrés que mi bálanopuntura invasiva les proporciona. Mi prescripción facultativa recomienda, en la generalidad de los casos, una sesión semanal vitalicia o, si prefieren, per clímax seculorum. El único efecto colateral es la dependencia con el terapeuta (me encuentro patentando prótesis inclonables para uso doméstico y sus respectivas versiones portátiles inalámbricas).



No hay comentarios: