domingo, 7 de octubre de 2007

El conductor de la ambulancia

Maria Dolores Torres



En estos días, sintiéndome como una rata a punto de morir en una cloaca con lo que al principio supuse un virus gripal, decidí llamar a Rescarven por aquello de que ahora no le venden a uno antibióticos sin récipe (no lo critico, pero a veces jode). No voy a contarles con demasiado detalle la agonía telefónica que todos ustedes deben conocer si han intentado contactar a alguien que trabaje en una empresa ocupadísima con central telefónica. En ese trámite se me fue más de una hora entre música de centrales, grabadoras diciéndome que ya me atienden, un doctor que me toma la historia y me va a pasar al médico, otros quince minutos para que me atienda un pediatra por equivocación, hasta que por fin me atendió la persona que decide que sí, que mi caso amerita que me manden un médico a casa.

El grupo de tres: doctora, paramédico y conductor, llegó una hora después de mi llamada. No está mal para estar en Caracas. Ella, la doctora, me examina, me ausculta y decide que tengo una infección respiratoria, que aunque no amerita nebulización, si hace falta unas medicinas intravenosas y otras inyectadas en la nalga.

Hace unos meses, había tenido la espantosa experiencia de un paramédico de Rescarven que me inyectó en la nalga un relajante muscular y me dejó una bola intramuscular que me duró al menos 4 meses y la nalga insensible al tacto, pasando luego la insensibilidad al muslo, donde aún permanece. Visto lo cual, le digo al paramédico que cuidado cómo me inyecta porque su colega pasado me dejó una pelota de beisbol en la nalga. A lo cual el conductor, un señor mayor, me dice que esa vez tuve suerte porque el que me inyectó jugaba beisbol, pero que éste que me va a inyectar ahora juega futbol. Ahí, con esa simple muestra de humor tan típica y agradecida de nosotros los venezolanos, se me relajaron todos los músculos del cuerpo y enseguida empecé a sentir mucho mejor.

Mientras me pasaban el medicamento intravenoso, yo, que converso hasta con las piedras, logré una tertulia a cuatro de lo más amena. Pasando por la historia de la médico y su pasantía rural en La Guaria y cómo estaba ahorrando lo que le pagaban en esta compañía para luego hacer su postgrado, los problemas de ortografía del hijo del conductor -porque es que él no lee y esa es la única manera de aprender a escribir-, la petición del mismo de que le hiciera una foto pero que lo arreglara con Photoshop -tampoco es que me vayas a poner demasiado pelo y dejarme la cara lisa, lo que quiero es verme un poco menos feo- , hasta el momento en que, como todas estas tardes, el cielo empezó a ponerse negro caraota amenazando con una de esas mega lluvias vespertinas y anunciando la consabida súper tranca del tráfico en esta ciudad infierno.

¿Y entonces? -preguntó en conductor a sus colegas-. No vamos a poder salir de aquí si empieza a llover porque nos asignaron una unidad sin aire acondicionado y así no podemos trabajar. La doctora opina que pueden quedarse a pasar la tarde en casa, que mis sofás se ven muy cómodos y podemos poner una película. El paramédico divisó el chichorro enrollado en la pared y lo reservó para él. Yo les hago cafecito y los arropo –agrego porque me pareció estupenda la idea. No hay nada más nocivo que salir en Caracas bajo la lluvia, sobre todo si uno tiene que ir a salvarle la vida a alguien.

Terminó de pasar la intravenosa, el paramédico me inyectó en la nalga sin mayores consecuencias, la doctora me entregó el récipe para el tratamiento completo, y todos aprovecharon que las gotas estaban apenas comenzando -anunciando el diluvio-que vino después-, y se despidieron de mí como si fuéramos amigos de siempre. Riendo, jodiendo y a tomar de nuevo el camino al trabajo.

Yo me sentí mucho mejor después de que se fueron. No sé si fue lo que me inyectaron o si fue el darme cuenta de que a pesar de todo lo que estamos viviendo, el venezolano sigue siendo único y lo que nos mantiene vivos es el sentido del humor. Recemos, sí recemos, para que eso nunca nos lo quiten.

¿Alguno de ustedes se imagina a los paramédicos americanos del 911 reservando el chinchorro para dormir una siesta mientras pasa la lluvia?


http://mariadolorestorres.blogspot.com

1 comentario:

La Gata Insomne dijo...

Ayy que maravilla de cuento, qué cómico y venezolano
me imagno al señor en el chinchorro y averiguando qué tan guapo lo podías poner.

es por estas cosas que yo no mevoy de aquí, a menos que me arranquen la opinión

creo que debes estar mu mejorada, después de esa tarde acompañada

besos