domingo, 7 de octubre de 2007

Mi Doctor Favorito

José Javier Rojas



Suicide is painless,
It brings on many changes,
And I can take or leave it if I please




Dos helicópteros se acercan a la explanada volando muy bajo entre la agreste cordillera coreana. Los altavoces alertan al 4077 de la inminente llegada de heridos, y cinco atractivas enfermeras en ropa de campaña corren prestas a su encuentro entre el viento y la polvareda que levantan los rotores principales en su aproximación final. Los hombres evacuados del frente son recibidos por el personal médico en tierra que se cuida del peligro de las aspas giratorias caminando muy doblados sobre el lodazal del improvisado helipuerto. Un hombre preocupado, vistiendo una camisa hawaiana y gorro de golfista, hace el triaje evaluando la gravedad de las heridas. Las camillas son bajadas de la colina hacia el hospital sobre unos jeeps que hacen de improvisadas ambulancias.

El hombre preocupado vestido de civil se llama Benjamín Franklin Pierce. Pero todos en el 4077 lo conocen como Ojo de Halcón. El curioso sobrenombre se lo impuso su papá, un lector fanático de El último de los mohicanos, la celebérrima novela de Fenimore Cooper. Ojo de Halcón es un dotado cirujano de Nueva Inglaterra reclutado por el Ejército de los Estados Unidos para prestar servicio durante la Guerra de Corea en un hospital militar móvil o M*A*S*H, por sus siglas en inglés. La primera vez que el mundo supo de él fue por un libro que publicó el doctor Richard Hooker en 1968. Luego, la fama del doctor Ojo de Halcón creció gracias a la interpretación que Donald Sutherland hizo del personaje en la película dirigida por Robert Altman, en 1970. Más tarde, y montada en la ola favorable a la película antibelicista en plena Guerra de Viet Nam, la serie M*A*S*H duraría en pantalla hasta entrados los años ochenta gozando durante una década sólida de la preferencia de público y crítica debido, no en poca medida, al talento y los buenos oficios de Alan Alda como el responsable de darle vida a nuestro doctor favorito.

La tradición de retratar médicos en la ficción es tan larga que es un subgénero en sí mismo que abarca y acapara hace rato radio, cine y televisión, además de best sellers de supermercados y aeropuertos. Piense por favor en Albertico Limonta, el doctor Valerio de Por Estas Calles, y en la serie que tiene un efecto Prozac en su pareja, Grey´s Anatomy. Entienda ahora por qué a la gente que se dice seria le cuesta tanto tomarse en serio a dicho subgénero. Pobres ellos, que se lo pierden y no se la llevan con sus parejas. Hay que reconocerles que tienen razón en algo: hay una sobre oferta tóxica de doctores de ficción. Abundan los doctores de mentira, tanto, que incluso en la vida real los hay a espuertas. Ojo de Halcón es el baremo con el que los mido.

Iconoclasta, mi doctor favorito se rebela contra la pomposidad de los métodos militares y su asfixiante burocracia. En su barraca, tiene un alambique a la vista de todos para destilar los martinis más secos alrededor del paralelo 38. Suele practicar tiros de golf enfundado en su bata de baño, y cuando el clima lo permite, en boxers. No saluda como no sea con una sonrisa llana y un franco apretón de manos o con un sarcasmo a los oficiales que le exigen pleitesía marcial. Para ellos solo tiene el desdén de la inteligencia por la fuerza. Amigo entrañable que gusta de gastarles bromas a las enfermeras cuando no las está conquistando, es también un hijo devoto que le escribe cartas a su padre desde el frente. Mi doctor favorito se afana por igual con todos sus pacientes sin importar que algunos puedan ser parte del "enemigo" que él aborrece combatir. Para Ojo de Halcón todos somos, incluido el personal médico, víctimas de una guerra absurda: hombres, mujeres y niños atrapados por la máquina de matar gente que los políticos insisten en seguir construyendo para destruirnos.

La fragilidad que Alan Alda le insufló a Ojo de Halcón es su principal fortaleza. Mi doctor favorito no me cautivó por su habilidad comprobada en el quirófano para salvar vidas incluso bajo un incesante bombardeo o por su capacidad para burlar todas las regulaciones del reglamento y salirse no siempre con la suya.


Mi doctor favorito está lleno de derrotas, de neurosis y de miedos, como yo. Ni siquiera quiere estar aquí, en medio del infierno, asistiéndome. Mi doctor favorito es un hombre que intenta hacer lo correcto.

Es un buen hombre, a pesar de todo.

Si alguna vez los atiende, denle las gracias de mi parte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://www.periodismo.com/modules/
news/article.php?storyid=4056