domingo, 7 de octubre de 2007

Guterina escribe relatos de ciencia ficción

Israel Centeno




A G (uterina) S



A Gilberto le temblaron los dedos de ambas manos al escuchar su nombre. Un temblor imperceptible. De incertidumbre y gozo. Puso el marcalirbos sobre la página abierta y cerró la novela de Agatha Christie; pensó, si tuviera una cartera de cuero de Mario Hernández, lanzaría mis lecturas folletinescas al fondo, es su lugar. Se levantó, alisó sus pantalones de lanilla y cruzó la sala de espera decidido y coqueto, dejaba caer una nalga mientras sostenía la otra tensa, arriba; caminó sobre sus zapatos borravino de tacón de aguja y punta muy fina. Los demás pacientes continuaron en sus asientos resolviendo crucigramas, enviando mensajes de texto desde sus celulares y alguno que otro, se mantuvo sumido en el vago estudio de las copias de obras famosas enmarcadas en listones rojos y dorados. El señor… Correa completó Gilberto y sin aguardar, al tiempo de cerrar la puerta a sus espaldas, tomó asiento frente a un escritorio mínimal. ¿Entonces?, el doctor Vivian dejó alargar el entonces antes de preguntar ¿usted ya está preparado? Vaya, vaya. ¿Puede mostrarme los papeles del Mormon Memorial? Claro, claro, tartamudeó el paciente, tenga usted. El doctor Vivian no era un médico circunspecto ni simpático, era un hombre sin ingenuidades y apenas abierto, parecía ser una máscara de su especialidad, abotagada de colágeno y botox, también usaba zapatos de tacón, los de él sí eran Mario Hernández, qué envidia, pero de punta en cuadro, discretos, casi rectangulares, el faldón romano con cierre en la parte anterior le daba la majestad de una sicopedagoga o de una ortodoncista; tomó el celular del escritorio mínimal y envió un mensaje de texto, de inmediato entró al consultorio una enfermera; era alta, cincelada por un maestro de la bioescultura, iba desnuda, apenas cubierta por un batín transparente y azul, delator de sus formas curvilíneas y asépticas. Sonrió sin gracia. ¿Cómo está usted? Se atrevió a preguntar Gilberto, ella, sin detenerse, fue al baño del consultorio y respondió con la fuente estupenda de una profusa meada, de inmediato salió y se tendió en posición de litomía sobre la cama ginecológica, sus piernas quedaban apoyadas sobre los talones, los muslos se flectaron y las nalgas infladas y redondas descansaron sobre el borde de la cama: Gilberto sintió su boca llena de saliva espesa, de baba. ¿Qué tendrá entre las piernas? A pesar de su decepción inicial, logró admirarse; la hendidura era bella, le nacía en el monte de Venus (completamente depilado) y caía sobre las estribaciones de la vagina; se corrugaba como un murmullo al accidentarse sobre los labios menores, era una sonrisa suave y sarcástica, la sonrisa del poder, nunca dulce, siempre hambrienta; el cuarto se impregnó de vapores de adrenalina, vainilla y alcohol. Páseme los guantes, requirió el doctor Vivian a la enfermera Gibelli. Ésta, sin abandonar su posición de abducida, estiró su brazo derecho. Sonriendo con frialdad, le alcanzó un empaque al galeno, él soltó un ruido; interior, tímida y corta carcajada, muy parecida al zureo de un palomo. Calzó los guantes en sus manos y al sentir la calidez del talco apretarse entre sus dedos carnosos y el látex, recordó su niñez cuando le robaba condones a su tío el farmaceuta y los soplaba: tienen almidón, solía repetir, los inflaba y dejaba escapar el aire a contraluz para ver el polvillo, lo aspiraba hasta causarse asma. El recuerdo fue estimulante, una arrebatadora erección desbocó su pene fuera del cierre del faldón romano. Dio un paso en diagonal y se colocó frente a la enfermera Gibelli, ella parecía aguardarlo en posición de recibir, sus pechos se habían cubierto de manchones rojos y unas gotas de sudor corrían entre los muslos y sus nalgas. Vaya, vaya, exclamó Vivian, con sus dedos cubiertos por el látex rosado, acarició los labios mayores de aquel saludable coño, separó un poco los pequeños belfos menores, auscultó la desembocadura de la uretra y el pequeño botón eréctil y dijo a su paciente, mire el vestíbulo; es perfecto, suspiró Gilberto. ¿Lo desea así? Con el dedo índice y el medio hizo presión en la parte posterior de la vagina. ¿Le parece flexible? No se fije en la longitud ni en la estrechez. ¿Le parece flexible? ¡Conteste! El doctor hizo entrar y salir los dedos, su pene embrutecido languideció mientras la enfermera Gibelli inundaba con sus jugos ambarinos la palma de la mano de su escrutador; está mojada, buena respuesta al estímulo, soltó por segunda vez la risa nerviosa; a) tomó el espéculo. Ella comenzaba a moverse, a retorcerse sin pudor; necesito un MP3, un Ipod, eso podría mantenerme más fría y concentrada en el trabajo, susurraba. Mejor así, muévase, muévase un poco más, así la requería el jefe y a Gilberto. ¿Me la puede sacudir? ¿Sin guantes? Échele mano nomás, bufó impaciente y su pene ya en franca retracción fue cubierto por la mano izquierda del aquejado, era zurdo y diestro en sus artes, revirtió el encogimiento, sintió cómo llenaba su mano y de inmediato haló hacia adelante, tiró hacia atrás, una y otra vez. Estamos a punto, muy bien, decía Vivian; b) introdujo el espéculo, lo giró, lo hizo entrar oblicuamente al plano horizontal y lo empujó hacia atrás, hasta el fondo, abrió las hojas y apareció el cuello uterino, rosa como el paladar de un hipopótamo. ¿Lo ve? Sí, ¿le gusta? Es un lugar perfecto, allí encontrará respuestas. No se detenga, sacuda, ¿qué espera? El médico estaba impaciente, comenzaban a dolerle los gluteos. Hágalo según lo acordado. Gilberto, luego de imprimirle un ritmo vernáculo a la paja, remeció sin sutileza como si tocara un tres por derecho, la verga de su tratante, la hizo espetar y se eyectó, comenzó a correr dentro del consultorio; los tacones sonaban, parecían castañuelas, escapaba de un latigazo vivo de semen; corría tras las sillas, entre los equipos de ultrasonido. La enfermera Gibeli levantó la corva, dejó caer las piernas, las plegó hacia su torso en rotación externa, sus pezones estaban por reventar, el silicón por estriar la piel, y cuando parecía perder el control vio que Gilberto, anhelante y sublime, se convertía en Trinity, la heroína de Matrix, corría por las paredes y largaba zancadas por el techo del salón, dio una vuelta de carnero justo al lado de una lámpara vanguardista y el cuerazo de semen hizo un circulo de fuego, en exacta sincronía, en perfecta ejecución gimnástica, en el momento justo, cuando el doctor Vivian retiraba el espéculo y dejaba dilatado, escandalizado, confuso al empapado coño, hermoso, grande y depilado, de la enfermera Gibelli; Trinity Correa se zambulló en él, y detrás de Trinity el aro de fuego, la fusión atómica; ambos golpearon dentro a una velocidad inconmensurable. ¡Yes!, gritó la enfermera. Culminaba casi la rutina maestra. Trinity y el cuerazo seminal, que luego de la fusión atómica se convirtió en Neo, rompieron las barreras del espacio y del tiempo, sus moléculas fueron desintegradas y teletransportadas a la cabeza de John Malcovich. John Malcovich estaba vestido de mujer y representaba en Brodway Off a Viviana Gibelli, bailaba tap dance, hacía crujir las tablas del escenario. Viviana o John Malcovich culminaban el acto final de West side history; ella cosechaba un verdadero triunfo teatral y Malcovich se aburría de la abundancia del éxito. El público se puso de pie, todos tenían el rostro de la actriz, y gritaban sobre los aplausos, John Malcovich, John Malcovich, John Malcovich. Se abrió la puerta del consultorio, la sala de espera estaba abarrotada y silente, la enfermera Gibelli asomó la cabeza; Guterina Grass, dijo. Era la próxima, una mujer que vestía overoles azules, escribía relatos de ciencia ficción y tenía la cara de mister Shit.


http://israelcenteno.blogspot.com/

5 comentarios:

Anónimo dijo...

me gusta la ironía (el erotismo suele ser demasiado serio) y la intertextualidad cinematográfica y farandulera.

Anónimo dijo...

Absurdo e ironía, y el acostumbrado erotismo de Centeno al lado de un juego intertextual y dialogos múltiples, hace de este un relato muy interesante.

Seguimos leyendo al autor.

Carmen Rodoreda

Nicolás Melini dijo...

Qué extraordinario cuento, Israel. Estalla. Voy a por Hilo de cometa, ya vi un ejemplar (una pilita de ejemplares) en la mesa de novedades de la Casa del Libro de la Gran Vía, en Madrid. Disfruté mucho con Iniciaciones y te echamos mucho de menos, Ricardo y yo, en Albuquerque.
Recibe un fuerte abrazo

Israel Centeno dijo...

Hola Nicolás, espero que podamos coincidir; en algún momento tiene que ser. Yo estaré mañana en Lisboa y a partir del 23 en Madrid. Me gusdtaría mucho que nos viéramos. Juan Carlos tiene mi correo e. Iré a Albuquerque al fin y a la vuelta. Igual recibe un fuerte a brazo

Nicolás Melini dijo...

Nos vemos en Madrid, seguro. Los Juan Carlos nos reunirán. Qué bueno que vas a Albuquerque. Un abrazo hasta ya prontito.