domingo, 7 de octubre de 2007

Farmacopea vital

Dakmar Hernández de Allueva




Récipe iniciático

Abrir los ojos. Camino al baño hay que prender un cigarrillo que depure la mierda y los excesos de la noche anterior. Un gramo de vitamina C para reforzar el sistema y ensanchar las venas. Agua, jabón neutro, litros de enjuague provital para cabellos recontrateñidos para que no desmaye el color. Frío, caliente, frío. Crema reafirmante, mirada escrutadora e implacable frente al espejo: garrapatear nervioso en la gaveta de la mesa de noche hasta dar con un par de cápsulas para las piernas y un comprimido para las uñas y el cabello. Secador en mano, hojilla supervisora de axilas y muslos entre media semana de sufrimiento a punta de cera caliente y a cuatro días de la quincena. Alisar, jalar, enrollar, alisar, sacar las cejas, frisar la superficie con cremas, prepararse para la avalancha de quitaojeras, base, corrector, creyón, rímel, rubor, sombras en polvo y crema, vapor de agua, papel tisú, más corrector, polvo compacto, volver, bajar, subir, sacudirse, sellar las puntas con silicona, jalar, enrollar, revolver, exprimir el rímel, delinear, rellenar y darle la espalda al espejo. Volver. La prueba de los dedos. Buscar luz cenital como madonna extraviada en iglesia barroca: ¿todavía es rojo?

Camino al ascensor tostada integral con queso Filadelfia, café colombiano descafeinado aderezado con dos capsulas de 120 mg de Fluoxetina, vitamina E y complemento desde la A a la Z.


Porca miseria

Cachito reguetonero para no soliviantar las ganas de joder al primero que se atraviese por tener que resignarse a perder la vida en una cola: motorizado, fiscal, camionero o peor aún, camionetero. Recoger, gracias a Dios, a Anita y a su respingada naricita exudando acetona vía a la ofi. Para cuando ésta se apea al batimóvil pareciera que va por la mitad del cuento y tras carcajadas, preguntas y respuestas, automatismo psíquico e innumerables interpolaciones inconexas, el argumento va más o menos así: qué cagada, es que todo anoche estaba tan ladilla que hasta las cervezas sabían a baba caliente, y es que claro, aunque yo andaba con ganas de cruzarme con un bichito malo, lo único que pude pescar anoche fue a un webon que además de loser sólo me aplicó un quickly así, sin preview ni nada ¡qué bolas! y sin posibilidades remotas de repetición en cámara lenta porque “no podía”, ah, pero la vaina no quedó ahí, porque después de unas cuantas rayitas se puso a cantar como mariachi sobre sus desgracias, sobre una bicha loca que le robó al hijo y lo bueno que él era y bla bla bla y yo pensaba por mal polvo es que te pasan esas vainas… y ahí me tocó el papel de terapeuta edipíca y terminé consolándolo, ¡hasta le hice cariñitos!.. Claro, hasta que el muy webon se puso todo paranoico y me dijo que su mujer lo esperaba en la casa, que me llamaría, que se tenía que ir. Y yo, marica, con las venas latiéndome en la cabeza… y ahora que lo pienso ni siquiera me acuerdo del nombre del carajo. ¿Que qué hice? Nojoda lo único que me quedó después de esa novela de Telemundo fue tomarme un cuarto de valium con dos cucharadas de jarabe y ponerme a ver Guerra de los mundos hasta quedarme dormida.


Un mundo feliz, pero sin epsilones, plis

Después de anotarte como pionera en las sesiones de botox, lolas certificadas de B. P con más de 350 cc. cero cicatrices; tatuarte las cejas, meterte los hilos en los pómulos, anotarte un par de lunares, mantener uñas acrílicas perfectas y tener un post-it en tu compu que te recuerde “tomar agua” todo el mundo te toma por sucedáneo de Viviana Gibelli y el baño se convierte en tu hábitat sin mayores explicaciones. A nadie le extraña que andes coronada de pepas y a ninguno de tus compañeros le genera suspicacia tu vigor, sonrisa empotrada y entereza laboral a prueba de jefes y secretarias mediocres. Con la figura, no; no es tan fácil: la única manera de conservarse bien buena sin dietas ni ejercicios es ser asistida por el crack, pero el imaginarme comprando esa mierda me resulta una imagen invivible y marginal en extremo surrealista. Además, me contaba una amiga modelo (ay pobrecita, ¿no?) que hay tanta demanda de crack en Caracas, que los jíbaros la venden mezclada con aspirinas, talco o cualquier vaina que les permita rendir las piedritas. Recuerdo que hace unos… bueno, unos añitos atrás, antes, antes de la preocupación por los kilos de más, bastaba tomar ropinol para dejar de cansarse, dejar de comer, dejar de dormir y lucir relajada y dispuesta para continuar la rumba: luego un cuartito de lexotanil para dormir sin sobresaltos. Ahora, el coctel de 40 mg. de Prozac con 5 mg de Vicodin mezclado con dos grageas de fucus con piña, envoplast con crema adelgazante con olor a algas marinas, cristales de sábila y ampollas de ceramide hacen el trabajo de mantenerme alejada del gimnasio, de la comida, los carbohidratos, de las dietas, de los trasnochos. Probé hacerme de algunas dosis bajas de metadona, pero el desinterés me parece la más fulminante de las actitudes. Durante mis noches, después de las máscaras revitalizantes, untarme de cremita y limar las uñas, miro el resumen de noticias de E!, me tomo un vasito de Cerelac y acudo a mi ángel de la guarda: 5 mg de clonazepán para conciliar el sueño y amén.

No, no es tan fácil volver al baño cada quince minutos. Para evitar los comentarios malsanos y las preguntas inquietas, voy y me retoco el maquillaje, me recojo el cabello, acomodo el envoplast, me ajusto la faja, me lavo la cara y me vuelvo a maquillar. Total, como dicen los expertos en la televisión: mientras no aparezca sangre asomándose por algún lado, no hay de qué preocuparse. ¿O sí?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y como en todas las historias donde las protagonistas son sucedáneos o genéricos de la Gibelli, la Kozán o cualquiera de esos adefesios televisivos, siempre falta la nota forense que te cuente cuántas mujeres van a la hora del almuerzo a implantarse y se quedan en el quirófano.
Crudo. Me pregunto de que iría Kerouac escribiendo sobre modelos y crack mendingando por la California.